Nada se pierde, primera edición, 2012.
1000 ejemplares. Portada de Jorge Santana.
Nada se pierde es una herida sutil, la
amenaza de lo mínimo, el dolor inevitable de estar vivos. Se escribe desde o a
partir de un mundo resquebrajado, pequeñeces, ciudad seca (aunque llueve),
habitada por arañas, moscas, cucarachas y seres comunes: migajas que ignoran o
son ignoradas por desconocimiento, distracción, cotidiano; gobierno de lo que
se niega. ¿Cómo permanecer aquí? El lente es el de un microcosmos. Un yo lo
reconstruye en las palabras (potentes etiquetitas finalmente), y certifica lo
que se ha ignorado hasta entonces; así se erige, así se ama. La música suena en
lugar del lenguaje que también se ha quebrado: “te invito un café, pero no me
cuentes tu vida” insiste Eva Castañeda. Que suene otra cosa: las hormigas o el
tren.
Ana Franco